Voy
en el colectivo a mi cuarto, el cuarto que no pago, en el que solo descanso. No
tengo muchas cosas allí, solo un colchón prestado, unos libros, periódicos que
olvido tirar, y ropa limpia, eso si, ropa muy limpia. Ya son las 9 y 30, y voy
en el colectivo por que ya es muy tarde. En cada esquina alguien estira el
brazo intentando en vano subir al carro, pero es un ejercicio en vano: el carro
va lleno. Me siento muy afortunado por el solo hecho de estar en ese carro
yendo hacia mi cuarto.
Nunca
forcé mi determinación como lo estoy haciendo ahora, miro a mí alrededor y mis
palabras se sostienen por un sonido que nunca fue ajeno a mí. Vivo solo, desde
hace 3 semanas, con los enseres más básicos. Soy un ermitaño, uno de comverse,
camisas remangadas, y anteojos. Soy un ermitaño que gana buen dinero (al menos
mucho, o bastante más que antes), dinero que no seria prioridad en mi vida sino
fuera por que de este depende, el hacer cosas que antes no pude hacer.
Y
si me preguntas por que me castigo así?
Pues simple, por que la vida es dura, y eso lo sé bien. Ayer salí del trabajo
y busqué donde cenar. Encontré un lugar
nuevo frente a la plazuela el recreo, Pedí pechuga de pollo a la parrilla, y
mientras comía se me acerco un niño pequeño con chocolates en la mano.
Balbuceaba palabras que no se conectaban entre si, que no entablaban ningún mensaje.
Me mostró los chocolates, esperando que le compre alguno, le dije que no y se fue.
Un
momento después una mujer con chocolates en la mano, pasaba y regresaba y volvía
a pasar. Tenía una expresión de pena y desesperación. Yo la observa por la
ventana del restaurant donde cenaba. Pasaba y volvía a pasar, buscando algo,
hasta que lo encontró. Buscaba al niño que antes me había ofrecido chocolates.
Esa noche cené acompañado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario