domingo, 4 de abril de 2010

Carolina (fragmento)

Le arrancaron los ojos apenas despertó. Le sujetaron de lejos las extremidades para que no fueran nunca más suyas. Le llenaron el corazón de aserrín. Y antes de meterla a su cajón, la perfumaron para que estuviera más presentable. Su casa quedo tal cual, sin ningún rastro de sangre en algún cuadro de la pared, ni nada que delatara el penoso hecho de sangre que aconteció hace solo unos minutos. La taza de té aun tibia sobre la mesita de la sala, crispaba por momentos un argumento que otros ojos humanos de seguro no sabrían como traducir.
No estuve aquí, es cierto, pero sus ojos laten fuertemente en mi pecho despertando en mí gran pena, por que la conocí y nadie podrá negar que me quería y yo a ella. Ahora estoy sentado bajo la ventana de su habitación, viendo como llueve a chorros gotas pequeñísimas que se escurren del cielo para poco a poco inundar el pavimento. Un vacío muy hondo arremete contra mi, y me hace llorar, mientras todo en la casa gira rápidamente, las paredes, el reloj, las sabanas sorprendidas de un imaginario rojo violento, todo. Quisiera devolverle el corazón, y unirle sus bracitos y sus piernas, para verla sonreír una vez más, para hacerla regresar. La quería de verdad, y ahora la extraño como a nadie. Ahora de verdad entiendo como funciona el corazón de un caballito de mar, por que no hay mejor verdad que la que se repite una y otra vez.
Toda ella esta en el baño, dentro una caja de cartón, reposada y acompañada de un sonido que me aturde, y me arroja al centro de la calle. Voy hacia ella, para verla por última vez antes de darle cristiana sepultura en el único lugar decente que se me ocurre, el patio trasero. Abro la caja, y ella sigue allí, desnuda y tan complaciente como siempre fue conmigo. La abrazo por última vez sobre el cartón para llevarla fuera, y aunque no me crean, con ella en los brazos siento lentamente como se me agrieta el corazón, como si un punto infinito extendiera sus ramas dentro de mí para derramar las entrañas de mis entrañas.
Creo que no será necesario hacer un hoyo muy profundo, con un metro bastara. La lluvia me acompaña en este doloroso trabajo de cavar, mientras ella me espera seca, junto a la puerta, donde no le da la lluvia. Tengo la ropa llena de lodo y un olor a arrepentimiento que me paraliza los sentidos. Supongo que esta sensación, se debe al remordimiento de haber hecho lo que hice, pero no, yo no lo hice, yo no fui. Yo la quería demasiado, pero nunca entendí por que su repentino desamor la llevo a acostarse con Paúl Giere, el joven asistente de gerencia, de la empresa donde trabajaba. Fue solo una semana de problemas y separaciones, productos según decía de mis constantes celos, que a decir verdad, siempre creí que fue la única excusa que pudo utilizar para hacer lo que le viniera en gana.

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