martes, 8 de septiembre de 2009

Hoy es miercoles.

Hoy es miércoles, no he hecho mucho con el mundo que atado de manos llevo en la cabeza, resulta que un susurro puede alentar una mariposa y una palabra mal dicha me puede llevar a un suicidio del que no se pueda enterar mi corazón. Pienso en la tarde que cae cuando la segunda la mañana, una manzana y un agujero en los zapatos de Sansebastian. El resto de la historia aun esta cargado de tinta en mis dedos, viene desde lejos, visitándome cuando algún respiro me lo permita, no es silencio, ni mañana que decrepita al mismo tiempo que un cascaron. Mi historia va más atrás, desde que en la casa de mi abuela, las imágenes que rodeaban mis ojos nunca descubrieron su marco. Un retrató bastaría para retroceder y volver a tropezar y enseñar mis ojos cuadriculados, a alguna viejecita de no menos de sesenta años, para volver a llorar. Mis ojos y mis manos son iguales, ambos nos me conocen, ni me conocerán mientras la ropa de mi vecina no seque, mientras la basura que escapa de las manos siga llena de suciedad, ni mientras el tiempo estalle con sus figuras escabrosas en todas direcciones, un poco oscuritas como de noche. Ya cuando tuve conciencia, pude respirar sin que se me sacuda la razón o no molestarme cuando algún tipo me recuerde lo que mis manos hacen sin que yo me entere. En algún momento cederé y me acostumbrare a caer de las azoteas; es preciso, regresar al miércoles para que mis ojos no se resientan conmigo, ya que el tiempo no es distinto a este, que gris, desde todos los lados, me arrulla. No hay distancia mas grande que la de mi casa, tardo mucho en llegar a ella, cuando por fin estoy allí, hago del tiempo mi indiferencia y vuelvo a donde se pueda escuchar mejor.

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